Empujas, con tus dedos de plata,
mi pluma gastada.
Me acechan oscuros bosques,
de álamos verdes,
como cuervos en la noche,
urdiendo su amenaza,
en mi amanecer.
Ahogo un grito, entre mis labios.
Despierto. Me duele.
Retorna la tinta, de mis versos,
densa, pesada, se va formando,
en una estrofa de sentimiento.
Percibo los graznidos de su garganta,
de buitre desesperado,
pidiéndome entre líneas,
palabras que nunca existieron.
No maldigo, sino lo que creo.
No escribo, sino lo que siento,
que éstas lágrimas de poeta,
viven como las nubes,
que retornan al cielo,
en un día hermoso de Asturias.
Mi alma se revuelve,
en ésta coraza.
Mis manos muestran los frutos,
que ahogan mis entrañas.
En espera de que Osiris,
regresando con su cetro,
fluya con la regla de Mat,
desatando mi tormento.
(Febrero 1999)
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